sábado, 2 de noviembre de 2013

El que tiene un burro y lo vende, él se entiende




Este decir con fuerte arraigo en las islas hace referencia a que no deben prejuzgarse las razones de las decisiones que cada persona adopta, aunque a criterio de otros puedan considerarse son equivocadas y desaconsejables, más aún cuando se trata de asuntos o bienes propios.

La argumentación en torno de la posesión de un burro en los tiempos actuales podríamos considerarla poco importante o anecdótica. Tendríamos que situarnos en los inicios del siglo XX para entender el verdadero valor que el burro podría tener para las clases modestas, tiempos en que su posesión era un elemento indispensable prácticamente para todas las actividades de entonces.

El burro era el habitual del buhonero o vendedor ambulante que recorría su isla llevando en sus alforjas todo tipo de productos, desde semillas a todo tipo de útiles y prendas que vendía por todos los pagos que iba recorriendo de forma periódica. 

También lo era para el labrador que tenía un "cacho" de tierras algo distantes de su casa, que al despuntar el día llevaba en el burro lo que precisaba para los cultivos y al caer la tarde traía los frutos y hortalizas del día para la casa, y la hierba Guinea o los rolos para las cabras o vacas que tenía en el traspatio. También era su elemento de transporte cuando en contadas ocasiones se desplazaba a la Ciudad o a las ferias de otros pueblos.

Una muestra de su importancia para la clase modesta nos la ofrece el entonces joven Benito Pérez Galdós cuando se inicia como colaborar del periódico El Omnibus entre 1862 y 1865, quien a través de los publicados diálogos con su criado Bartolo describe en sus textos la vida que observaba sagaz y ávidamente a su alrededor, dado que pone en la voz de Bartolo proverbios y frases hechas populares que abundaban entonces y que reflejan el vivo interés que tendría siempre Galdós por el lenguaje hablado. Entresacamos alusiones a la importancia del "burro", algo extensas pero muy agradables de leer.

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YO.- Oye y me comprenderás. El editor de ''El Omnibus" me recuerda en esta carta la promesa que le hice de escribir algo para amenizar su periódico, y yo, contando con tu cooperación ...
BARTOLO.- Señor, señor, usted no tiene buena la cabeza ... ¿Quiere usted que le compre un burro para que pasee?

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BARTOLO.- ¿Pues, señor, qué más tiene usted sino remitir al editor, para que amenice su periódico, cuantas novedades pasan en esta Isla, y las noticias que yo pesque por ahí, según le prometió desde el mes de febrero último ?
YO.- Tienes razón, y por mi pasada indolencia casi me avergüenzo hoy de enviarle cualquier artículo, achacando tal vez a indiferencia lo que ha sido involuntario olvido motivado por estas revolturas y trapisondas de festejos públicos, exposición, conciertos, bailes, soirées, y qué se yo cuántas cosas anunciadas y no cumplidas; y en tanto mi discreto editor ha tenido la delicadeza de no recordarme segunda vez mi promesa.
BARTOLO.- Pues manos a la obra, que lo que no se principia jamás se acaba, y rabio yo por ver mi nombre gastando las letras de molde y, a todo el mundo leyendo mis verdades.
YO.- Bien, Bartolo, bien.
BARTOLO.- iY qué de cosas, señor, han pasado durante este tiempo en que hemos andado de ceca en meca ocupados con huéspedes, fiestas de S. Pedro Mártir, repiques y carreras de burros! Me tengo reservado cada verdad así ... (cerrando el puño), y sólo me retrae aquel temorcillo ... pues ... de que me unte las costillas algún prójimo que pueda creerse aludido.
YO.- Con tal de que no te entrometas en personalidades. ...
BARTOLO.- ¿Y qué giro podré yo dar a mi lenguaje para referir los desmánes y el despotismo de alguno de esos guardias que veo yo por ahi más serios que ministros de Hacienda, y que llevan unos sables con más orgullo y bríos que si fueran los tizones del Cid o de Gonzalo?

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BARTOLO.- (Desde adentro.) Señor, señor, aquí está el cartero.
YO.- Súbeme los periódicos y correspondencia.
BARTOLO.- Dice que no trae periódicos ni correspondencia, sino billetes de la rifa de un burro.
YO.- Vete al diablo, Bartolo, con tus rifas. ¡Pues no faltaba más sino que constantemente vengan a fastidiar a uno con rifas de objetos que no se sortean nunca, o que se han sorteado ya un millón de veces, saliendo premiado el número cuyo billete no aparece!
BARTOLO.- (Entrando) ¿Y por qué no toma usted, mi amo, un número, que tal vez pueda sernos propicia la fortuna y sacarnos el burro?
YO.- Nadie mejor que tú sabe la pacotilla de billetes que en diferentes suertes he tomado, empleando en ellos un capital considerable.
BARTOLO.- Es verdad; pero una vez se acierta, y al menos se protege esa industria.
YO.- No abuses de las palabras, Bartolo. Jamás apellides industria a lo que es en muchas ocasiones una estafa pública. El Real Decreto de 20 de enero de 1851 prohibe terminantemente las rifas, a no preceder la correspondiente real licencia que debe expedirse por conducto del Ministerio de Hacienda, según es textual del mismo Decreto; y el Código Penal, en el título 7.0, libro 2.', impone severas penas al contraventor 21.
BARTOLO.- iCáspita! y qué ocupado debe andar el ministerio con nosotros ...; pero, mirándolo bien, si usted por casualidad se sacara el burro (aun sin tomar billete, pues así ha sucedido varias veces), podría sin molestarse y sin romper calzado, pasear en él y observar por esos mundos de Dios curiosidades que nos den material para nuestras tertulias.
YO.- Y a propósito de las tertulias, ¿qué has oído decir de ellas por ahí?
BARTOLO.- Hay opiniones, señor, y no sabe uno cómo conducirse para contentar a todos. Muchos de los que leen nuestras conversaciones exclaman, abriendo tamaña boca: "¡Magnífico! iEsto es sublime! Así es como se escribe: con claridad; al pan, pan, y al vino, vino, y nada más". Otros, al contrario, dicen: "Sí, señor: estará buena y todo lo que usted quiera, pero yo, que asistí al trazado que se hizo en la calle del Relój, sé muy bien y me consta de propia ciencia, que la casa que allí se construye se halla alineada perfectamente con la diagonal H y el vértice del ángulo X, o lo que es lo mismo, está en línea recta con el Castillo del Rey y el Reducto de Santa Isabel". "No, señor, interrumpen algunos: todo estará perfectamente, pero aquello de que el puente lo van a construir de ..."
YO.- Creo que llaman. Tal vez sea otro burro en rifa.
BARTOLO.- (Asomándose a la puerta.) No, señor: es un hombre que pide limosna.

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BARTOLO.- Lo que yo estoy viendo es que usted es como el capitán Araña, a todos embarca y luego se queda en tierra. Yo no señor: una vez en el burro, arre burro; que no quepo por la boca de nadie, y salga el sol por donde salgare.
YO.- Aplaudo el que seas consecuente con tus ideas; pero la gente anda amoscada, y cuida no te sacudan el polvo.

Como puede desprenderse de los textos reproducidos, el burro era un buen premio en aquellos tiempos, de donde su utilización en el decir cobra la verdadera importancia que antes tenía este animal, y de ahí el verdadero valor de la decisión de su dueño de venderlo sin que nadie tenga derecho alguno a discutírselo, pues no conoce de los fundamentos de su venta.


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