sábado, 8 de febrero de 2014

La piedra es dura, pero más duro es el trabajo





Nuestros decires como expresiones del lenguaje coloquial de las islas, como tales paremias, sean locuciones, refranes, proverbios, adagios, sentencias e incluso premoniciones basadas en la contemplación de nuestro medio natural que nos acercan a una predicción del tiempo que hará, generalmente surgen de forma espontánea para el común de la sociedad, y algunas veces aparecen dentro un colectivo determinado.


El decir que ahora nos ocupa sin lugar a dudas, por su propia construcción y significado, nace en los ambientes de los artesanos de la piedra, tanto de aquellos que lo hacen en su fase de extracción como cabuqueros, canteros, repartidores y entalladores en la misma cantera, como aquellos que en su fase de aprovechamiento como labrantes y tallistas en el taller o lugar de destino.


Para todos en su especialidad, con las herramientas apropiadas que en la mayoría de los casos ellos mismos han construido, al menos así algunas decenas de años atrás antes del auxilio de la nuevas herramientas mecánicas, el principal exponente de su artesanal trabajo era vencer la dureza de la piedra.


Probablemente la más dura según los testimonios es la piedra azul de la Cantera de la Punta de Arucas, conocida popularmente como "de Corea" precisamente por compararla con la dureza de la guerra de Corea, en relación con otras canteras de piedra azul de Arucas, San Lorenzo, Bandama, etc. Menos duras eran las otras gamas cromáticas como las rojas de Ayagaures y Tamadaba, las ocres de Teror o las amarillas o blancas de Gáldar y Arucas, sin olvidarnos de las canteras de piedras molineras, y como no de las piedras para las pilas de agua.


Por sus bellos acabados, el arte final que resultaba en las obras, el gran público siempre ha valorado como muy sobresaliente esta artesanía, en ocasiones sin reparar en que esos acabados tienen complejos trabajos artísticos, rústicos, escodados, martillados, bujardados, pico a pico, ... que responden a las distintas herramientas que necesitaron utilizar a ese fin los artesanos labrantes y tallistas. Y que a ellos le llegó la piedra después de que un entallador auxiliado de una regla la cuadró o paramentó a pico y martillo, después de que el repartidor la troceara, cuando se la entregó el diestro cabuquero que con cuñas, pico, marrón y barras, tras estudiar la hebra, desprendiera la piedra del risco al tamaño necesario. También el cabuquero mandó al cantero las piedras que iban a ser los cantos de los edificios.


Todos en su especialidad luchaban contra la dureza de la piedra, cuidando no se rompiera por el lugar no deseado. Pero para vencerla, mucho más duro era su esfuerzo, su trabajo. Todos sienten en su alma la satisfacción del buen trabajo realizado, y reciben con orgullo las admiraciones que se escuchan tras la contemplación por nosotros de la piedra terminada y colocada. Y cuando observan que cualquiera de nosotros palpa una de esas piedras, y escuchan el murmullo de nuestra voz que dice ¡Qué dura es la piedra!, tienen que aducir a nuestro ligero pensamiento: ¡Más duro es el trabajo que ellos han tenido para que la podamos contemplar así!.


Nosotros valoramos con satisfacción el resultado final, la belleza de la piedra que contemplamos, y elevamos a muy buena la valoración por la dureza de la piedra y la calidad del tallado. Valoramos lo estético del resultado, pero no reparamos que para llegar hasta él, mucho más duro ha sido el trabajo de todos los que han contribuido para ello, si bien consideremos que son unos auténticos artistas.


El sentir generalizado de los artesanos de la piedra es que nosotros reparamos en lo accesorio, pero no en lo esencial. Que damos por sentado que teniendo como materia prima una buena y dura piedra, aunque valoremos artísticamente el trabajo de labrantes y tallistas, de los que van quedando poco más de sesenta, no valoramos que la propia dureza de la piedra obliga a un duro trabajo.


Y es precisamente ese duro trabajo de los especialistas que participan en este arte de la piedra lo que debe valorarse de forma más sobresaliente, que tiene también que reconocerse. Pues sin su gran esfuerzo físico, el resultado no será el mismo, como lo acredita la distinta calidad de los acabados por la mecanización de determinados procesos en esta labor; se añora así a los artesanos labrantes y tallistas, que golpe a golpe, con los escoplos, punteros, macetas, martillos, escodas, bujardas, mandarrias y escodas que ellos mismos en muchos casos forjaron y modelaron, a duras penas dieron las más bellas formas a muchas piedras de las islas que fueron extraídas con el duro trabajo de los cabuqueros.


(Fuente oral: Antonio Pérez Armas, labrante conocido por "El Pipote", porque su tatarabuelo en un despiste rompió un "pipote" en el s. XVIII- Arucas).

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